14 de mayo de 2010

Fracaso

Señor muy alto [abriendo la puerta de la calle]: ¿Hola?

La Lupe [preparando la cena y canturreando trocitos asesinos de Cell block tango]: Hola.

[Pinito salta acrobáticamente alrededor del señor muy alto]

Señor muy alto [acariciando a la perra]: Hola, tú, fracaso educativo.

[Pinito insiste en saltar y menear el culo con frenesí y dar lengüetazos al aire]

La Lupe [saliendo de la cocina con una cuchara amenazante en la mano]: No le digas eso al animal.

Señor muy alto: Cómo que no. Fracaso educativo, ven, que tu dueña te vea y te reconozca.

La Lupe: No es un fracaso educativo.

Señor muy alto: Supongo que depende de las expectativas que tuvieras, claro.

La Lupe [toda lealtad]: Últimamente ha mejorado mucho.

Señor muy alto: Sí, ya. Le van a dar el Nobel de la Paz.

La Lupe: Ya no se come los zapatos.

Señor muy alto: No; ahora los roba, los esconde y los chupetea, pero no se los come.

La Lupe [muy digna]: Te parecerá poca mejora.

Señor muy alto: Esta perra no nos tiene respeto ninguno. Date cuenta. Se sube a los sillones y a la cama. Es más, se sube encima de nosotros. Cuando la llamamos no viene...

La Lupe: Sí viene.

Señor muy alto: Bueno, si estás en la cocina y te oye abrir la puerta de la nevera, viene.

La Lupe: Cuando yo la llamo me obedece. O por lo menos no sale corriendo en dirección contraria, como hacía antes. Ahora se queda quieta en el sitio. Eso es un progreso.

Señor muy alto: Ojalá fueras la mitad de optimista con el resto del planeta.

La Lupe [sin hacerle caso]: Y ya no ha vuelto a comerse las paredes.

Señor muy alto: Ah, por cierto, el papel que hace falta para arreglar los agujeros en las paredes cuesta 120 euros el rollo.

La Lupe: No necesitamos un rollo. Con dos metros o tres nos basta.

Señor muy alto: Ya, pero no lo venden por metros. Mínimo, un rollo. Luego habrá que sumar la pintura y la mano de obra.

La Lupe [mirando a Pinito con un poco de desesperación]: Ay.

Señor muy alto: Ay, sí.

La Lupe: Pero cuando le digo “silencio perruno” se calla.

Señor muy alto: Durante una centésima de segundo.

La Lupe: Y cuando le digo “besos sí, mordiscos no” deja de masticar a la gente.

Señor muy alto: Durante dos centésimas de segundo.

La Lupe [sorda y ciega]: Es una perra estupenda. Jovencita aún, impetuosa, pero...

Señor muy alto: Sí, claro. A lo mejor cuando sea vieja y se le caigan los dientes...

La Lupe: Sabe hacer unos trucos divertidísimos. ¿Tú la has visto como se pone en dos patas?

Señor muy alto: Muy útil, sí.

La Lupe [heladoramente]: Otra como esa, bonito, y...

Señor muy alto: Oh, Pinito, cuadrúpedo de belleza sin igual, por favor, ponte en dos patas, que no puedo vivir un segundo más sin ver...

La Lupe: Y pensar que la perra te quiere con locura.

Señor muy alto: Claro. Sólo faltaba que no me quisiera.

La Lupe: Cuánta ingratitud. Dale un zapato, anda, que se entretenga el pobre bicho.

Señor muy alto: Dáselo tú, que tienes muchos.

9 de mayo de 2010

Berberechos

[éste es para Blanca]

Vino a casa el señor del Mercadona y me trajo la compra. Yo no me acordaba de haber hecho compra ninguna, pero no protesté, porque el señor no me pidió dinero. Lo dejó todo en el suelo de la cocina y se fue sin decir palabra. Vamos, a cuenta de qué iba yo a querer dieciocho latas de berberechos, y cerveza sin, y leche de soja, y maizena, y almendras marconas, y bolsas de basura perfumadas con autocierre... Pero cuando estaba colocándolo todo en la despensa y pensando que hay que aprovechar lo que sea que nos mande el destino, sobre todo si es comestible, sonó el timbre otra vez, y era la señora Teresa, testiga de Jehová, que estaba preocupada por mí porque hacía mucho tiempo que no me veía, y pensaba que me habían ingresado o que me habían desahuciado o peor, que ya estaba muerta y enterrada. No, no, señora, tranquila, que estoy bien, ¿ve?, lo que pasa es que no tengo ganas de abrir la puerta, porque ya no me caben más revistas de esas en el mueble de la entrada, compréndame, y además toda la historia de que se acerca el fin del mundo me deprime bastante. La señora Teresa dijo que me comprendía perfectamente y que lo único que quería era interesarse por mí y ayudarme, y que me dejaba este papelito con su número de teléfono por si necesitaba algo. Yo le di las gracias con mucho sentimiento, adiós, adiós, hasta la próxima. Volví a la cocina y seguí mirando la compra y encontré huevos de codorniz. Vale que no era domingo ni día de fiesta ni había gran cosa que celebrar, pero qué coño, decidí, la vida es breve, sobre todo la mía, y además si nos ponemos estrictos eran como de juguete, los huevos, no contaban como huevos-huevos. Así que saqué la sartén y me preparé media docena, con ajitos por encima, y pensé "qué pena que en el Mercadona no vendan huevos de avestruz". Y cuando estaba en pleno coger pan-mojar pan en esas yemas minúsculas, otra vez tocaron a la puerta. Que no abrí, primero porque los huevos fritos son sagrados y no hay nada que merezca que se enfríen. Y después porque lo más seguro era que vinieran a reclamarme la compra que no había hecho, y no, para un regalito que me manda la providencia, no, lo que se da no se quita.
Si alguien está interesado en un lote de berberechos al natural, a buen precio, que lo diga. Van de maravilla con la leche de soja.